16 de junio de 1967. César Kuzminski, ingeniero de electrónica, llega por primera vez a Valladolid. Forma parte del equipo de trabajo de la empresa polaca Cekop que ha ganado el concurso para construir una fábrica azucarera junto al río Pisuerga. Es un proyecto llave en mano adjudicado por 182 millones de pesetas (1,09 millones de euros) en una operación financiera compleja en la que participa la empresa Pegaso, que después venderá 80 camiones a Polonia. La España franquista y la Polonia comunista, unidas por los negocios.
La estancia de César va a ser temporal. A sus 36 años, es un ingeniero destacado de Cekop que ha trabajado ya en otras fábricas azucareras en Polonia, Rusia, Grecia y Francia. Pero en la de Valladolid hay problemas. Las cosas no van bien. El director, Ostrowski, convoca a todos los jefes de departamento: o buscan soluciones o la fábrica no se va a poder entregar en la fecha acordada con la consiguiente penalización para Cekop.
La solución técnica de César se convierte en el plan de actuación para finalizar la obra en noviembre de 1967 y molturar ya una pequeña cantidad de remolacha esa campaña. Kuzminski gana prestigio. Quizás solo eso, porque económicamente su salario es, en este momento, cinco veces menor que el de un ingeniero español.
28 de noviembre de 1967. María Teresa Kuzminska, mujer de César, llega a Valladolid con su pequeña hija Dorota, de 9 años. Ingeniera química, al día siguiente comienza a trabajar en la azucarera, en la potabilizadora de agua. La jornada normal es de 12 horas. Cuando hay cambio de turno, 18 horas. Hace frío. En la fábrica no hay cristales. No hay mobiliario. No hay servicios. Casi todo es barro.
En ese ambiente invernal se mueven más de 60 especialistas polacos. La actividad es frenética. Hay diccionarios en cada esquina para entenderse con el equipo español, dirigido por Fausto Morales. La remolacha ha estado almacenada demasiados días en los silos. Entra a la planta en malas condiciones. De hecho, el producto que se obtiene poco tiene que ver con algo que se pueda llamar azúcar blanco. Afortunadamente, se reconduce la situación. Los especialistas polacos, de reconocido prestigio en toda Europa –“eran ingenieros, pero no de traje y corbata, sino de mono”- trabajan a contrarreloj para que la fábrica luzca con gran boato el día de su inauguración, el 26 de febrero de 1968.
Un año después, 28 de enero de 1969. Se firma el acta de recepción de la azucarera y se liquidan las obligaciones contractuales con la empresa polaca. María Teresa Kuzminska escribe en su libro de memorias: “Cuando acabó la garantía todos los polacos excepto Wiganosky, Budziak y César se volvieron a Polonia, todo se hizo muy solitario”.
Dorota tiene entre sus manos el libro de memorias de su madre, fallecida hace apenas un año en Valladolid. Su padre ha muerto nueve años antes (el 7 de agosto de 2011), también en esta ciudad. Ambos llegaron de casualidad para un periodo corto de tiempo y, sin embargo, las circunstancias de la vida los unió para siempre a ACOR y a esta tierra. Esta es parte de su historia.
“Realmente, mis padres siempre tuvieron en mente volver a Polonia. Cuando consiguió poner en marcha la fábrica, a mi padre le propusieron quedarse. Pero no teníamos la nacionalidad y eso le perjudicaba en su salario. Cada dos semanas teníamos que renovar el permiso de estancia y, como decía mi madre, siempre estábamos sentados sobre las maletas porque nunca sabíamos si teníamos que volver a Polonia”. Habla Dorota que, tras vivir siempre en Valladolid ahora se encuentra en un pueblo de Cantabria.
El idioma fue una gran dificultad. “Mis padres por las noches, cuando no caían rendidos, se ponían a estudiar conmigo el diccionario”. Ella ingresó en el colegio de las Agustinas. “Fue un choque tremendo porque no tenía a mis padres al lado. No había teléfono. Solo los veía por la noche. Yo en el colegio era una atracción de circo. No sabían ni dónde estaba Polonia. Estudié mucho para no ser diferente, para que nadie me señalara”.
Que la familia Kuzminski llegase a España fue una casualidad. A César ya le habían destinado a la India, pero un accidente en su residencia previa, en Grecia, le permitió quedarse en Europa y así recaló en Valladolid. En concreto en el edificio de las Mercedes, en el paseo de Zorrilla. Allí vivía el grueso de los polacos. El inmueble tenía ya entonces calefacción central, algo muy recordado en la familia. “Pasamos mucho frío en España, venían los polacos y decían ‘nunca hemos pasado tanto frío como en la soleada España”.
En su memoria no solo hay recuerdos de trabajo. También hay días de asueto. Como los que pasaban en la orilla del río Adaja, pasando Puente Duero. Allí acudían las familias polacas, en coches como el mítico Warszawa, a compartir la comida, cantar y bailar. También visitaban la piscina Samoa. O se celebraban comidas numerosas en las Mercedes. “Mis padres acogían a todos. Siempre venían todos los polacos a comer, así que mi madre nunca sabía cuánta comida preparar. Mi casa era el consulado de Polonia en Valladolid”.
Comienza Olmedo
Dorota vuelve a leer las memorias de su madre: “Después de terminar la alcoholera empezaron a edificar una fábrica en Olmedo, la cual hoy prospera estupendamente. Vinieron otra vez muchos polacos. Wiganowski quedó como el tecnólogo jefe y César como director técnico. En aquel momento (1975) César todavía no tenía la nacionalidad, pero Wyganowski sí”. Alberto Wiganoski fue director de la fábrica de Olmedo durante 20 años y, junto a Kuzminski, fue la otra familia polaca que estableció su residencia en España.
En 1975 fue precisamente cuando César consigue la ansiada nacionalidad. Era un paso definitivo en su vida. Volver a Varsovia significaba empezar casi de cero y, además, aquí ya había nacido su segundo hijo, Miguel, en 1969. Dorota estudiaba en el instituto. La nacionalidad le permitía, por fin, incrementar sus ingresos. Muchas circunstancias a favor, pero no fue fácil. “A mi padre solo le vi llorar dos veces. El día que murió su padre en Polonia y no pudo ir al funeral porque no tenía dinero, y el día que tuvo que renunciar a la nacionalidad polaca, no pudo conservar las dos; la raíz tira mucho”.
Al año siguiente por fin pudieron volver de visita a Polonia. Habían pasado nueve años ininterrumpidos en España. Fue un viaje-aventura en un Simca amarillo por los Pirineos, la Costa Azul, la Yugoslavia de entonces, Bulgaria… una semana de viaje. Miguel, el hijo, iba a pisar Polonia por primera vez. “Mi padre llevaba una botella de coñac y en la frontera se emocionó tanto que invitó a beber a los aduaneros”.
Antes de 1981 regresaron en más ocasiones. Después ya no. La frontera se cerró al restringirse los movimientos con la ley marcial. Años difíciles. Cuando llegaron eran ciudadanos comunistas en la España de Franco. El choque fue tremendo. “Al principio veíamos a España muy atrasada en algunas cosas. Había una gran falta de enseñanza. Nosotros veníamos de un sistema donde todo el mundo tenía acceso a la educación obligatoria. Mis padres procedían de familias muy pobres donde jamás podrían haber estudiado si no hubiese sido porque allí la educación era primordial”.
María Teresa solo pudo trabajar cuatro meses en la fábrica. “En Polonia no había problema en que una mujer trabajara por la noche, por el día, pero en la España de Franco estaba mal visto”. Años después, María Teresa, con su propio apellido Malinowska una vez nacionalizada, trabajó en el laboratorio de la facultad de Medicina de Valladolid. Y César, que siempre trabajó en ACOR, también colaboró con otras empresas de aquí como Helios o la cementera de la carretera de León.
Los dos hijos también han tenido relación con la cooperativa principalmente en tareas de traducción. Miguel, vecino de Valladolid y uno de los directivos del equipo de rugby Vrac Entrepinares, fue quien nos proporcionó las imágenes que ilustran este reportaje.
Curiosamente, a día de hoy, ACOR mantiene su vinculación con Polonia y, sin ir más lejos, para la próxima gran obra que se va a acometer en la fábrica (el cambio del sistema de recepción de remolacha del que se informa en esta revista) se ha contado con la consultoría técnica de Andrzej Bober, uno de los técnicos que trabajó codo con codo con Kuzminski.
“Mis padres son un ejemplo de vida y superación. Es la historia de personas que salieron de su país para buscar una vida mejor porque no es fácil dejar atrás a la familia, a los amigos, a las raíces”. En el recuerdo.
Texto: Jaime Sánchez
Imágenes: Archivo de la familia kuzminski